Mientras leía la Biblia en la pequeña iglesia local, su voz fue reemplazada por otra, mucho más fuerte.
“No crecí viendo sacerdotes con frecuencia, así que no conocí la vida pastoral hasta más tarde”, contó a MISSION Magazine. “Durante mi infancia, me encantaba cantar; quería aprender música y convertirme en cantante. Pero también amaba estar en la iglesia: siempre estaba en la escuela, en la iglesia o ayudando a mi mamá en el campo. Otros niños de mi edad se unían a mí, leíamos juntos la Biblia y poníamos nuestra propia música a los salmos”.
Un día, mientras leía el Evangelio de san Lucas, se topó con este pasaje: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde o se arruina a sí mismo?”.
“Ese día algo me pasó”, recuerda el padre Faryadd. “No sé de dónde vino, pero tuve el pensamiento de hacerme sacerdote, como si se me hubiera revelado. Yo estaba pensando en ganar mucho dinero como cantante, y de pronto comprendí que ese no era el llamado de Dios para mí. Nadie me sugirió ser sacerdote, ningún sacerdote me aconsejó hacerlo. Así que siento, verdaderamente, que fue en mi vida de oración personal donde se me reveló que estaba llamado al sacerdocio”.
La oración y la reflexión diarias fueron parte de su vida desde niño, a pesar de que su familia era una de solo 12 familias católicas en un pueblo con unas 500 familias musulmanas. Su pequeña localidad, en la región del Punyab en Pakistán, era una de las 200 que un sacerdote misionero debía atender. “No teníamos misa dominical”, relató. “Teníamos misa el día que venía el sacerdote, y era una celebración increíble”.
El resto de los días, él y otros niños católicos de su edad seguían yendo a la iglesia, estudiando juntos y aprendiendo su fe. “Pero mi amor por Cristo comenzó mucho antes de poder comprender que estaba rezando: uno de los recuerdos más felices de mi infancia es pasar una hora recostado sobre el pecho de mi mamá, mientras ella rezaba en casa antes de ir a trabajar al campo a las cuatro de la mañana”, dijo. “Seguí haciendo esto durante mi niñez y luego me unía a ella en la oración, ¡aunque fuera demasiado temprano para mantenerme despierto!”.
El padre Faryadd está actualmente en Roma por segunda vez en su vida. Su primera estancia fue a inicios de 2010, cuando obtuvo su licenciatura en Historia de la Iglesia. Hoy, de nuevo en la Ciudad Eterna, estudia su doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana, con el apoyo de una beca de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe, una de las cuatro Obras Misionales Pontificias y aquella para la que se realiza la colecta del Domund.
Ingresar al seminario fue para él un camino de transformación y aprendizaje. Aunque la experiencia fue mayormente positiva, reconoció que encontró tanto alegrías como retos, sobre todo en el seminario menor. La guía de sus formadores, incluido un capuchino belga que le enseñó historia bíblica, dejó una huella profunda en su desarrollo espiritual. Las lecciones de este misionero le resultaron invaluables para su formación, ahora que estudia en Roma con la intención de ser formador de futuros sacerdotes.
Cuando se le preguntó por la vida de los cristianos en Pakistán, su tono se volvió serio. Señaló las dificultades que enfrentan, agravadas por el auge del islam radical y la persistente enseñanza que presenta a los de otras religiones como inferiores. La discriminación, tanto sutil como abierta, está presente en su vida diaria. Las oportunidades de trabajo para los cristianos son limitadas y, en general, se restringen a oficios considerados “inferiores” por los musulmanes. Además, las leyes sobre la blasfemia representan una amenaza constante: basta una acusación, sin pruebas ni debido proceso, para provocar violencia o incluso la muerte.
“La vida en Pakistán no es fácil, pero para un cristiano es todavía peor”, dijo. “No es una vida muy agradable… siempre tenemos que tener cuidado, no hablamos de nuestra religión en público, ni siquiera entre amigos. No nos sentimos libres para hablar de nuestra fe, porque aunque los incidentes relacionados con la ley de blasfemia no ocurren todos los días, suceden lo suficiente como para que vivamos con miedo”.
A pesar de estos desafíos, el padre Faryadd insistió en la importancia de la armonía y el entendimiento interreligioso, haciendo un llamado a la compasión y a la oración.
Para concluir, compartió su intención de oración para los lectores de MISSION Magazine. Pidió oraciones por la comprensión y la compasión mutuas entre todos los pueblos:
“Los cristianos en Pakistán, cuando pensamos en el mundo occidental, los vemos como nuestros hermanos y hermanas mayores en la fe, como el centro del cristianismo. Nos sentimos muy conectados con ustedes, en la fe y en el espíritu, fortalecidos por su fe y por su capacidad de vivirla abiertamente. Ustedes pueden hacer la señal de la cruz en público sin miedo a que los apedreen. Nosotros esperamos algún día poder tener esa libertad; mientras tanto, les pedimos que valoren y aprecien este derecho, y que no lo den por sentado”.
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