El padre Paul Kala nació en Ghana, pero en 2010 fue ordenado sacerdote en la Diócesis de Springfield, Illinois. Volvió a su país natal para celebrar una Misa de Acción de Gracias con sus familiares y amigos, momento en el que su vida y vocación cambiaron para siempre. “Me encontré con una señora que, estimo, tenía cerca de 80 años. Estaba cuidando a un niño pequeño que no tenía zapatos ni ropa, salvo su ropa interior”, relató el padre Paul. “Con solo unos pocos cabellos en la cabeza, brazos y piernas diminutos y el estómago hinchado por la desnutrición, intentaba calmar su hambre chupando el barro de un termitero. ¿Se imaginan tener tanta hambre de niño que tengas que comer termitas y barro?” Al ver esto, el padre Paul supo que su vida no volvería a ser la misma. “Le pedí a Dios que guiara mi camino: ¿cómo podía yo, como cristiano, como sacerdote, ayudar a cambiar el mundo? ¿Había algo que pudiera hacer para ayudar a resolver el problema perenne del hambre, tanto espiritual como física? Así comenzó mi camino misionero”, dijo.
Ghana tiene aproximadamente 33 millones de habitantes, de los cuales se estima que un 10 por ciento son católicos. En 2018, el país figuró entre las diez economías de más rápido crecimiento del mundo y actualmente es la segunda más grande de África Occidental. Sin embargo, aunque ha logrado reducir significativamente la pobreza en las últimas décadas, este progreso ha sido desigual y persisten grandes desigualdades. La mayoría de la población del norte del país vive con menos de un dólar al día, siendo la línea de pobreza de 1,90 dólares por día, establecida en 2011.
Por eso, se necesita la presencia de sacerdotes misioneros como el padre Paul, quien, con el permiso del obispo de Springfield, Thomas John Paprocki, lleva seis años sirviendo en Ghana con la Sociedad de Santa Teresa del Niño Jesús, también conocida como los Padres Teresianos. Su carisma es la evangelización y la educación de los marginados en el África subsahariana.
“Un día típico para mí comienza con la celebración de la Santa Misa”, contó el padre Paul. “Después, según la estación, visito a las familias en sus granjas durante la temporada de lluvias de mayo a octubre, o me dedico a los que están en casa durante la estación seca, de noviembre a abril.”
Describió con detalle su rutina en el Centro de Desarrollo Juvenil y Educativo Santa Teresa (STYDEC), ubicado en el pueblo de Kaluri. “Recibimos a unos 120 niños cada día, a quienes proporcionamos alimentos, agua potable y educación. También ofrecemos clases de religión y terminamos la jornada en oración.” STYDEC, fundado el 19 de octubre de 2013 con fondos de la parroquia de San Pablo en Highland, Illinois, tiene una doble misión. “Queremos alimentar tanto el cuerpo como el alma”, explicó. “La educación es una forma de enseñar a los niños a ‘pescar’ por sí mismos en Ghana y así romper el ciclo de la pobreza.”
Sin embargo, la misión del padre Paul no está exenta de desafíos. “El acceso al agua potable sigue siendo un problema para muchos”, lamentó, contrastando su experiencia en Springfield con la situación actual. “Las enfermedades transmitidas por el agua, como el gusano de Guinea, el tifus y el cólera, son muy comunes. Afortunadamente, con apoyo, hemos perforado 11 pozos en los últimos tres años.”
El contexto cultural también presenta obstáculos. “En el norte de Ghana, es común que las niñas sean entregadas en matrimonio a una edad temprana, usualmente con hombres mayores”, explicó. “Lo más desgarrador es cuando las víctimas consideran esta práctica como algo ‘normal’. Pero también hay motivos para la esperanza, como nuestra primera graduada mujer de STYDEC en 2021, quien hoy es profesora de inglés y mentora.”
El padre Paul sirve en las comunidades de los Misioneros de Santa Teresa en la Diócesis de Wa, al norte de Ghana. “Nuestra capilla de la Casa de Formación Ave María en Wa fue construida para 100 personas, pero actualmente asistimos a más de 400 fieles”, comentó, destacando el notable crecimiento en la fe.
Reconociendo el papel vital de sus colaboradores, el padre Paul expresó su gratitud: “Nuestro trabajo sería imposible sin tantos amigos y benefactores, entre ellos el obispo Paprocki y la Diócesis de Springfield. Nuestra prioridad actual es proporcionar agua potable, lo cual cuesta $8,000 por pozo. Además, queremos convertir a STYDEC en una escuela católica completa, y estimamos que la renovación para albergar a 500 alumnos costará unos $150,000.”
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