Mongolia tiene apenas 3.4 millones de habitantes y, aunque la mayoría son budistas, el 39% de la población es atea. La pequeña comunidad católica nació después de que este país sin salida al mar, limitado por Rusia al norte y China al sur, restableciera sus relaciones diplomáticas con el Vaticano a inicios de la década de 1990 y permitiera nuevamente la entrada de misioneros extranjeros.
“Nos sentíamos como extraños en un país donde no conocíamos ni el idioma ni a nadie”, recordó el padre Gilbert Sales, sacerdote y misionero filipino de 60 años, quien formó parte del primer grupo de misioneros que llegó con cautela a esta tierra desconocida en 1992. “Pero nunca nos faltó fe. Teníamos la certeza de la presencia de Jesús entre nosotros y siempre confiamos en que todo saldría bien: que el Señor abriría las puertas a las que llamáramos y nos conduciría de la mano a través de esta fría e interminable estepa que veíamos a nuestro alrededor”.
“El Señor me había llevado allí, como dijo al profeta, junto con dos compañeros. Hoy puedo dar testimonio de que Dios, en verdad, abrió todas las puertas, que nos dio su gracia y su amor, los cuales dieron fruto en tierra mongola y dieron vida a la Iglesia”, declaró el padre Sales a Fides, la agencia de noticias del Dicasterio para la Evangelización del Vaticano.
Misionero de la Congregación del Inmaculado Corazón de María (CICM) —también conocida como “Misioneros de Scheut”, por el nombre del lugar en Bélgica donde fue fundada—, el padre Sales recuerda que, en aquel entonces, con poco más de 30 años, “me puse a disposición, no sin dudas, pero confiando en el Señor Jesús. Él me llamó a una misión especial”.
La histórica visita del Papa Francisco no es solo una peregrinación ordinaria, sino un testimonio de la resiliencia y la fe del pueblo mongol y de su pequeña, pero floreciente, comunidad católica. Las amplias estepas de Mongolia, hogar de tribus nómadas y de una rica herencia cultural, han escuchado en los últimos años el murmullo del Evangelio. Gracias a los esfuerzos dedicados de la Iglesia local, apoyada por organizaciones internacionales como la Obra de la Propagación de la Fe y la Obra de la Infancia Misionera, el catolicismo ha encontrado un espacio cada vez más firme.
Esfuerzos de la Iglesia Católica con la Iglesia local en Mongolia
Este viaje representa la unión de los esfuerzos de la Iglesia Católica mundial con la Iglesia local en Mongolia. Es una ocasión trascendental para orar no solo por el éxito de la visita del Papa, sino también por el continuo crecimiento y fortalecimiento de la Iglesia en estos territorios de misión. La presencia del Papa Francisco trae consigo un espíritu renovador, reiterando que, incluso en los lugares más remotos, la fe tiene el poder de prosperar y unir.
Mongolia, con raíces históricas ligadas estrechamente al chamanismo y al budismo, presenta un tapiz único de creencias. El surgimiento de la Iglesia Católica en este contexto es un testimonio del mensaje universal de amor y unidad que ella representa. El apoyo de organizaciones como la Obra de la Propagación de la Fe y la Obra de la Infancia Misionera ha sido fundamental para nutrir a las incipientes comunidades católicas en Mongolia. Su valiosa contribución en recursos, educación y alcance pastoral ha sentado las bases para un futuro más brillante e inclusivo para el pueblo mongol.
Cuando el Papa Francisco pise tierra mongola, recordemos el poder de la oración y de la unidad. Unámonos para orar por el éxito de su visita, por el fortalecimiento de los lazos entre las Iglesias global y local, y para que la luz de la fe brille aún más en los territorios de misión.
En estos tiempos desafiantes, la acogida del catolicismo en Mongolia es un faro de esperanza. Demuestra la capacidad de la Iglesia de florecer incluso en los lugares más improbables. Este viaje del Papa no es solo una travesía a una tierra lejana; es una afirmación de fe, unidad y amor.
Según el cardenal Giorgio Marengo, también misionero, la visita del Papa Francisco a Mongolia muestra a todos que la verdadera fuente de unidad entre los cristianos es precisamente la fe que se apoya “en la presencia viva del Señor”. “Su visita a sus hermanos y hermanas en Mongolia se convierte en un signo y reflejo del amor de Cristo por todos, según el misterio de su predilección por los pequeños y los pobres. Gracias a la visita del Papa, de 87 años”, dijo el cardenal Marengo a Fides, “Mongolia, que a muchos les parece lejana, se vuelve cercana, cercana a cada corazón cristiano. Porque el Sucesor de San Pedro, al interesarse por este pequeño rebaño, nos muestra cuánto todos somos queridos por Nuestro Señor, incluso quienes viven, geográficamente, en lugares quizá menos conocidos en el mundo”.
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