El Evangelio de este domingo es, por excelencia, el que da la buena noticia a los pobres. En esta parábola con tintes más folclóricos que en otras, Jesús transmite un mensaje claro sobre cómo se invierte la fortuna de los pobres y los ricos en la otra vida y, a través de ello, realiza una fuerte advertencia a quienes se encierran egoístamente en su riqueza sin reparar en los necesitados que les rodean. Se trata de una especie de ilustración narrativa de la antítesis Bienaventurados - ay de vosotros que Jesús había proclamado al inicio de sus actividades: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios (…) Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!» (Lc 6,20.24). El mensaje evangélico es claro, pero merece la pena desentrañar algunos detalles interesantes de esta parábola, única en los evangelios, para una comprensión más adecuada y más profunda de lo que Jesús quiere enseñarnos en nuestro camino de fe y misión hoy.
La situación del pobre de la parábola es más que trágica, como se puede percibir por las pocas pero eficaces pinceladas que ponen de manifiesto su miseria: «cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas». Esta descripción, o más bien dramatización, de su aspecto físico insinúa un cierto sufrimiento en el espíritu de esta persona pobre, abandonado por los hombres a causa de sus llagas y al que sólo se “acercan” los perros, animales considerados impuros en la tradición judía.
En medio de tan inmensa tragedia personal, lo que sorprende es el silencio del pobre hombre a lo largo del relato. De hecho, nunca habla mientras está vivo y, sigue sin pronunciar palabra incluso después de la muerte, cuando «fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán», es decir, a la felicidad celestial con los patriarcas de Israel. Esto contrasta con el comportamiento del hombre rico que, como veremos a continuación, hace un gran “alboroto” tanto antes como después de la muerte.
El silencio del pobre de la parábola da que pensar. Todo discípulo de Jesús tendría que preguntarse y preocuparse de ello. Todavía hay miles y miles de personas pobres, necesitadas y sufrientes a nuestro alrededor que no levantan la voz. Permanecen en silencio la mayor parte del tiempo por una u otra causa. Tal vez tengamos que estar aún más atentos a esas “voces silenciosas” de la puerta de al lado, que provienen de situaciones al límite, difíciles. Y esto vale sobre todo para los discípulos-misioneros de Jesús, recordando lo que dice el Papa Francisco en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2022: «La Iglesia de Cristo era, es y será siempre “en salida” hacia nuevos horizontes geográficos, sociales y existenciales, hacia lugares y situaciones humanas “límites”, para dar testimonio de Cristo y de su amor a todos los hombres y las mujeres de cada pueblo, cultura y condición social». Siguiendo a Cristo su cabeza, la Iglesia de Cristo nunca se olvida de los pobres.
Como se ha dicho, el hombre rico de la parábola es muy “alborotador”. Durante su vida, «banqueteaba cada día», como se describe en la parábola. Y podemos imaginar lo ruidoso que fue su funeral, aunque el texto evangélico es sobrio al respecto y sólo dice «y fue enterrado» (¡quizá para subrayar la brevedad de todo en la vida!). Pero el ruido de este hombre rico se hace sentir especialmente en el más allá, cuando se ve obligado a estar «en el infierno, en medio de los tormentos». Como indica el texto, el rico «gritando» se dirigió a Abrahán, y de esta manera, como se puede suponer, se produjo todo el diálogo entre el rico y el patriarca.
Hay que subrayar que la descripción del sufrimiento del rico en el infierno se hace eco de la visión folclórica de la tradición judía sobre el lugar de tormento después de la muerte para los malvados (cf. ej. Is 66,24; Sir 21,9-10). El punto central es el gran sufrimiento que padecen los impíos a causa de su separación perpetua de Dios y de su reino bendito, consecuencia de su propia elección existencial (vivir egoístamente consigo mismos y según su propia voluntad, y no con Dios y según la enseñanza divina). El grito desesperado, por tanto, del rico de la parábola desde su lugar de sufrimiento eterno, resuena como una advertencia para todos los ricos del mundo y de todos los tiempos, que sólo piensan en sí mismos y en sus “fastuosos banquetes”, viviendo en total indiferencia hacia los más necesitados, los más desafortunados. Y esto también se aplica a los que se jactan de ser “hijos de Abraham”, como el hombre rico de la parábola. Se trata, por tanto, de una fuerte llamada a la conversión y al cambio de vida, una advertencia que también da Juan el Bautista al principio del evangelio de Lucas: «Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar de estas piedras hijos de Abrahán». (Lc 3,8; cf. Jn 8,39).
Por último, algunos lectores/oyentes atentos pueden plantearse una pregunta legítima: en toda esta parábola sobre la vida y la muerte, ¿dónde está Dios? De hecho, hay quien podría sentirse desconcertado o intrigado por el hecho de que Dios parece estar ausente en la historia. No aparece ni en los asuntos terrestres ni en los celestiales, dejando al patriarca Abraham, que habla, enseña y juzga, el núcleo de la enseñanza de toda la parábola, con toda la autoridad divina: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado».
La última observación ya sugiere una respuesta a la cuestión de la aparente ausencia de Dios. En realidad, Dios está presente en esta historia, pero de forma sutil. Actúa entre bastidores. En primer lugar, es mencionado casi imperceptiblemente en el nombre del pobre: Lázaro. Este nombre es la forma abreviada de Eleazar, que en hebreo significa “Dios ayuda”, “Dios socorre”. Se trata del único personaje “nombrado” en las parábolas de Jesús en los evangelios. Esto subraya el poder simbólico del nombre y de la persona. Es el pobre hombre que sólo tiene a Dios como ayuda, socorro, consuelo en la vida. Y es el mismo Dios quien lo acoge en el seno de Abraham en el reino de los bienaventurados. Él, el Dios bueno, está siempre presente en cada persona pobre, miserable, abandonada, marginada, como el mismo Cristo en los hambrientos, encarcelados, desnudos, enfermos, sus hermanos más pequeños.
En la parte final de la parábola se vislumbra una presencia particular de Dios. Cuando el sufriente hombre rico pide a Abraham que envíe a Lázaro para advertir a sus cinco hermanos “con severidad”, el patriarca le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen». Y se confirma de nuevo la importancia de “Moisés y los Profetas” a los que hay que escuchar: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto». Es siempre Dios que sigue hablando a través de “Moisés y los Profetas”, es decir, a través de su Palabra en la Sagrada Escritura. Continúa señalando los caminos de la salvación. De hecho, en la Sagrada Escritura ya se amonesta en este sentido: «Quien cierra los oídos al clamor del pobre no será escuchado cuando grite» (Pr 21,13); mientras que, los que se ocupan de los pobres son exaltados: «Dichoso el que cuida del pobre; en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor» (Sal 41,2). Y Jesús con autoridad confirma la enseñanza divina. De hecho, exhorta y amonesta enérgicamente a los que “duermen” en sus riquezas, sin pensar sabiamente en el futuro.
Oremos pues con las significativas palabras de la oración de colecta alternativa del Misal en italiano: Dios nuestro, que conoces las necesidades de los pobres y no abandonas a los débiles en la soledad, libera de la esclavitud del egoísmo a los que son sordos a la voz de los que claman auxilio, y danos a todos una fe firme en Jesucristo resucitado, que siendo Dios vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.© All Rights Reserved The Pontifical Mission Societies. Donor Privacy Policy Terms & Conditions.