El obispo italiano Anthony Pagano OFM Cap, Vicario Apostólico de Harar, Etiopía, nunca tuvo la oportunidad de ser un sacerdote joven e inexperto. Días después de su ordenación en 1988, fue enviado a Camerún, donde en un año se convirtió en párroco de la mayor misión capuchina. Dos años más tarde, se convirtió en Superior de la Orden en este país y, siete años después, fue enviado a la misión capuchina en Etiopía, un país asolado por conflictos étnicos y agitación política.
El obispo italiano Anthony Pagano OFM Cap, Vicario Apostólico de Harar, Etiopía, nunca tuvo la oportunidad de ser un sacerdote joven e inexperto. Días después de su ordenación en 1988, fue enviado a Camerún, donde en un año se convirtió en párroco de la mayor misión capuchina. Dos años más tarde, se convirtió en Superior de la Orden en este país y, siete años después, fue enviado a la misión capuchina en Etiopía, un país asolado por conflictos étnicos y agitación política. En 2016, el Papa Francisco lo nombró Vicario Apostólico de Harar. Etiopía, una nación con una histórica herencia cristiana, se ha visto azotada por la violencia en los últimos años. La región norteña de Tigray ha visto cesar los conflictos a gran escala, pero sigue marcada por escaramuzas esporádicas que amenazan la frágil paz. “La situación en Etiopía actualmente no es muy prometedora”, lamentó el obispo Anthony, reflexionando sobre los conflictos étnicos que siguen perturbando vidas.
La Iglesia Ortodoxa Etíope, una de las instituciones cristianas más antiguas del mundo, se encuentra en una delicada situación con la población musulmana, donde la falta de respeto mutuo a menudo ha desembocado en violencia. “Hay quienes queman iglesias y otros queman mezquitas, lo que provoca una trágica pérdida de vidas”, declaró el prelado, describiendo un panorama de un país dividido por la fe, pero unido en el sufrimiento.
A pesar de representar menos del 1% de la población, la Iglesia Católica desempeña un papel fundamental en el tejido social de Etiopía. “Somos casi insignificantes en número, pero somos una de las principales instituciones caritativas del país”, afirma el obispo Anthony. Su vicariato, con 8 millones de habitantes, es un referente de caridad, con una comunidad católica de tan solo 10.000 miembros. Sin embargo, su impacto es profundo, gestionando escuelas, orfanatos y hospitales que sirven a la comunidad en general.
El obispo comparte una desgarradora historia de octubre de 2018, cuando estalló la violencia mientras bendecía una capilla durante la misa inaugural. "Un grupo de unos 50 hombres atacó la iglesia ortodoxa vecina, mató al sacerdote y a otros, y luego dirigió su violencia contra nosotros", recordó.
Tras seis horas de rehenes, la congregación fue liberada, solo para sufrir otro asalto esa noche.
El obispo Anthony actualmente tiene dos seminaristas estudiando en el Pontificio Colegio Urbano de Roma, ubicado en el monte Janículo con vistas a la Basílica de San Pedro. Están allí gracias a una beca de la Sociedad de San Pedro. Esta oportunidad, dijo, "es fundamental. La formación en Roma ofrece una perspectiva global invaluable para los seminaristas etíopes, quienes se enfrentan a las complejidades de un país con ritos tanto orientales como latinos. Etiopía siempre ha sido un país orgulloso, aunque algo cerrado. Abrir horizontes al conocer otras realidades puede ser una experiencia positiva". La escasa presencia de la Iglesia en Etiopía, el segundo país más poblado de África con 120 millones de habitantes, podría parecer insignificante, pero el obispo Pagano establece un paralelismo con el Evangelio: «Jesús eligió a doce apóstoles y los llamó a ser sal y luz de la tierra». El testimonio de la Iglesia católica en Etiopía, aunque numéricamente modesto, deja una huella imborrable. «Cuando camino por las calles con mi hábito, la gente me detiene para contarme cómo fueron educados por religiosas o sacerdotes. Algo permanece, aunque la conversión no siempre sea posible».